martes, 28 de mayo de 2013

La presencia del kitsch en el arte contemporáneo

(Primera parte)

Si solamente existiera el buen gusto y lo estéticamente correcto, la investigación artística no tendría razón de ser, pero sucede que en la sociedad moderna aparecen anormalidades en la valoración tradicional de los productos simbólicos, que son por lo menos hechos curiosos dignos de mención en cualquier estudio relacionado con la formación para la crítica.

Uno de esos casos tiene que ver con el consumo estético. En el pasado el escenario cultural no manifestaba contradicciones, debido a que las preferencias artísticas del hombre común, coincidían plenamente con las propuestas ideológicas de los productores que trabajaban auspiciados por la aristocracia. La gente de los estratos sociales inferiores, siempre tuvo acceso al gran arte de carácter religioso o político y no necesitaban más que de un modelo de belleza para satisfacer sus necesidades espirituales. Con el ascenso de la burguesía como grupo de influencia, surgieron nuevas exigencias de consumo que fueron satisfechas instantáneamente, así aparecieron las vanguardias, desafiando al estatismo creativo que durante tanto tiempo dominó el panorama de las artes en occidente.

Clement Greenberg afirma en sus ensayos sobre arte y cultura, que al tiempo que las creaciones de la vanguardia llegaban al público burgués, una retaguardia se apoderaba del gusto del proletariado compuesto por las masas ávidas de deleite estético, gracias a un producto de la revolución industrial, que encontró denominación de origen en la palabra alemana kitsch.

El kitsch fue durante el siglo XIX y XX una suerte de alfabetización universal, encarnada en una cultura sucedánea del arte genuino, la cual se valió de simulacros academicistas y experiencias prefabricadas, para vender una falsa promesa de esparcimiento popular. Maquinalmente, el simulacro toma prestadas sus formas y usos de temas consagrados por las autoridades eruditas y las sistematiza, dejando solo la superficie de lo que debería ser una expresión artísticamente eficaz.

El kitsch no es solamente arte malo, es demagogia activa que denuncia la mala interpretación que se hace de las categorías estéticas inclusive en los circuitos expertos, no obstante, sirve como pretexto para emprender un conocimiento útil entre los que operan en los dos polos de la industria cultural; productores  y entusiastas de la producción creativa.

Supuestamente, el kitsch ha sido domesticado en nuestros días por los medios masivos de comunicación, alcanzando sus máximas cotas en las esferas comerciales, ahora parece permear en otros aspectos de la vida cotidiana. Umberto Eco lo considera al igual que Clement Greenberg, una antítesis de la vanguardia, pero su opinión es aún más extensa, porque menciona que el kitsch ha tenido la capacidad de apropiarse de los descubrimientos vanguardistas y aprovecha esos descubrimientos a modo de “taller experimental” para concentrase en los efectos estilísticos, dejando de lado los fundamentos filosóficos de sus métodos de indagación.

(continúa...)